Testimonios escritos, unidos a la información derivada de la toponimia, la onomástica o la teonimia, nos permiten afirmar que las inscripciones en téseras, monedas y grafitos en cerámicas fueron redactadas en una lengua denominada por los expertos celtibérico, perteneciente al tronco indoeuropeo y, dentro de éste, a la familia céltica.
Se desconoce desde cuando comenzó a hablarse. Lo que sí se sabe es que fue hacia el siglo II a. C. cuando se empezó a plasmar por escrito.
Tomando prestado el alfabeto ibérico la escritura celtibérica es semisilábica y tan sólo quedan unos cuantos testimonios que no permiten formar una imagen completa de ella. Por eso esta escritura puede ser leída pero sólo traducida parcialmente.